México, Pumas, Universidad

Galopó el corazón debajo del puño de su camisa azul, el puño que es a su vez un inmenso puma áureo rugiendo en el pecho del estudiante de letras. Poeta gafado, futbolista, cobrador de tiros libres y universitario. El estadio, un sombrero de charro con gente tostada por un rabioso Huitzilopochtli, no se calló. Dale Pumas dale dale dale oh. Dale Pumas dale dale oh. Un chiflido llamó al Goya que siembro a los aficionados rebeldes. El dorado número 17 en los dorsales, el dedo de luz de sujeto y libre pensador para pedir la pelota. Yo lo cobro. Lo cobra toda la facultad de filosofía y letras y el instituto de investigaciones filológicas. La geometría euclidiana, la filosofía y los versos endecasílabos se alinearon. Toda la izquierda mexicana en ese pie zurdo, como ala de colibrí azul. A punto de cobrar en la final del torneo mexicano de clausura frente a los amarillos del América, los de la televisión, los asesinatos, la ocupación de la universidad, la impunidad, los fraudes electorales, las desapariciones. Contra todo eso, la parábola perfecta que por un momento le roba a los que robaron. Voló el balón como un ave bicéfala que flotó por Los Andes hasta posarse en un nopal de corazones sangrantes que cantaban la canción de tunales verdes. Gol por la literatura, hubieran dicho en la televisión, pero no lo dijeron.

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